La farmacia estaba llena
de gente, así que me ha tocado esperar. Mari Carmen, la apotecaria, por demanda
popular, ejerce de dependienta, consultora personal, psicóloga, asesora
doméstica... el usuario paga lo mismo y ella no recibe un aumento de sueldo.
En estos momentos, está
atendiendo a una señora, vestido ligero de verano, pelo recogido, chanclas.
Mari Carmen pasa por el
lector de barras una cajita cuadrada de color amarillo. Consulta con la
pantalla del ordenador y le dice:
- ¿Sabes qué tienes medicación
pendiente? ¿Traes la tarjeta sanitaria?
- Uyyy.... ¡La tarjeta,
dice! -la mujer del vestidito se vuelve a los demás que estamos esperando, como
buscando audiencia para lo que va a añadir- La tarjeta saldrá cuando le dé la
gana de salir... - vuelve la cabeza hacia la dependienta- No tengo ni idea de
dónde está.
- Si pasa más tiempo,
vas a peder los medicamentos. Esto caduca.
- Uyyyy.... ¡No me digas!
- mirada asustada al foro que está participando en silencio de la conversación-
¿Y qué puedo hacer?
- Buscarla - responde
rotunda Mari Carmen.
La mujer fija los ojos
en la farmacéutica. La boca abierta, parece que va a replicar algo. De pronto,
la cierra. Baja los ojos, recoge sus pertenencias (bolso, cartera, papeles...
todo encima del mostrador) Se da la vuelta y, sin decir nada más, se va.
Mientras, Mari Carmen ya
está atendiendo al próximo cliente.
Además de dependienta,
asesora, consultora, psicóloga... pienso que Mari Carmen también es filósofa.
No me extraña que siempre tenga la botica llena.
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