miércoles, 3 de febrero de 2016

Historia de un temblor (o la experiencia de sentir)

Esperamos para entrar en el aula. Los niños están inquietos, expectantes, alegres, con ganas de empezar a jugar. En la anterior sesión, eligieron los personajes que querían representar (un ogro, una ballena, una mamá, la Sirenita, un perro…)

Hoy  vamos  a construir la historia. ¿Qué sucederá a todos estos personajes? ¿Cómo hablarán, cómo se moverán, serán bromistas o muy serios…? ¿Se llevarán bien entre ellos? ¿El perro y el ogro serán amigos? ¿La mamá querrá una ballena en su casa? Aún no lo sabemos. La semana pasada, caminamos a cuatro patas, acariciamos a los demás con la cabeza como si fuéramos un perro, ocupamos todo el espacio como hace una ballena, gruñimos como un ogro… Exploramos el ser otro desde nuestro cuerpo.

Una niña llega un poco tarde. Estamos un poco nerviosos por la espera, la verdad. Yo soy la mayor del grupo. Los demás tienen de tres a cuatro años.

De pronto, un grupo de niños rompe a reír a carcajadas. Alguien ha dicho algo muy gracioso. Una de las niñas, pelo corto esponjoso, lo celebra saltando y aplaudiendo. Los rizos acompañan el movimiento y la euforia. Otro niño del grupo se acerca a la niña. Parece que quiere hundir su cabeza en la mata de pelo. Con un temblor de párpados, cierra los ojos, huele el cabello de la niña y suspira. Se aparta un poco, su mirada se cruza con la mía y sonríe.

Se abre la puerta y aparece la compañera que faltaba. Ya estamos todos. 







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