Esperamos para entrar en
el aula. Los niños están inquietos, expectantes, alegres, con ganas de empezar
a jugar. En la anterior sesión, eligieron los personajes que querían
representar (un ogro, una ballena, una mamá, la Sirenita, un perro…)
Hoy
vamos a construir la historia.
¿Qué sucederá a todos estos personajes? ¿Cómo hablarán, cómo se moverán, serán
bromistas o muy serios…? ¿Se llevarán bien entre ellos? ¿El perro y el ogro
serán amigos? ¿La mamá querrá una ballena en su casa? Aún no lo sabemos. La semana pasada, caminamos a cuatro patas, acariciamos a los demás con la
cabeza como si fuéramos un perro, ocupamos todo el espacio como hace una
ballena, gruñimos como un ogro… Exploramos el ser otro desde nuestro cuerpo.
Una niña llega un poco tarde. Estamos
un poco nerviosos por la espera, la verdad. Yo soy la mayor del grupo. Los
demás tienen de tres a cuatro años.
De pronto, un grupo de niños
rompe a reír a carcajadas. Alguien ha dicho algo muy gracioso. Una de las
niñas, pelo corto esponjoso, lo celebra saltando y aplaudiendo. Los rizos acompañan
el movimiento y la euforia. Otro niño del grupo se acerca a la niña. Parece que
quiere hundir su cabeza en la mata de pelo. Con un temblor de párpados, cierra
los ojos, huele el cabello de la niña y suspira. Se aparta un poco, su mirada se cruza con la mía y sonríe.
Se abre la puerta y aparece la
compañera que faltaba. Ya estamos todos.
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